miércoles, 7 de abril de 2010

Parte II

Bueno, fueron más de 7 días. Tampoco creo que importe.

V.

Bajo del auto y me dirijo al cuarto que acabo de pagar. Envuelto en la chamarra llevo mi poco equipaje. Tiendo tu vestido sobre la cama para poder contemplarlo. Lo único que puedo sentir es una rabia incontrolable. Caigo de rodillas frente a la cama y comienzo a sentir el líquido caliente corriendo por mis mejillas. No entiendo. De alguna manera termino recostado sobre la cama sin quitar la vista de la prenda. Tú prometiste un final diferente. Sonrío con amargura y te doy la espalda. Tú prometiste tantas cosas y cumpliste tan pocas.


Marqué el teléfono de la tarjeta mientras la cerveza y la risa se mantenían arriba. Mis siempre intoxicados amigos habían sugerido que enviara un mensaje de texto al número que temblaba en mis manos. Les había contado todo de la mujer con la que había soñado. La misma que había dejado el número telefónico con la mesera, quien me lo entregó al momento de pedir la cuenta. No conocía tu nombre, dirección o profesión. ¿Qué se suponía que escribiera? ¿”Hola, soy el chico del café de ayer por la mañana”? ¿Y luego qué? Julia, la siempre ocurrente Julia, sugirió: “Sólo escribe: Mañana a las 19:00 en el mismo lugar”. No me convenció pero no tenía más idea de qué hacer, así que eso fue lo que escribí. “No va a contestar” le dije a mi amiga. Ella recargó la cabeza en el respaldo del sillón mientras figuras de humo salían de su boca. “Just go with the flow” dijo, y me acarició la pierna. Acto seguido fijó sus ojos en los míos. “Sólo déjate ir” sentenció en español, ésta vez más como un súplica que como un consejo.


Entré al café sintiendo un vacío en el estómago. Efectivamente, no habías contestado, pero Julia dijo que no tenía nada que perder viniendo. “¿Nada qué perder?” pensaba mientras buscaba tu rostro entre la gente “¿y qué de la sensación de miedo, el temor al rechazo y el dinero que voy a pagar por el café?”. “Hola” dijiste cuando estaba de espaldas. “Hola”….silencio incómodo. No sabía si preguntar tu nombre, soltar el mío o decir algo más. Finalmente me ganaron las aprendidas reglas sociales y pregunté si querías tomar algo. Por respuesta sólo me tomaste la mano y dijiste “Ven”. No sé porqué pero te seguí. No hice ninguna pregunta cuándo unas luces me indicaron cuál era tu auto ni cuando te subiste al lugar del conductor. Me quedé torpemente parado, esperando no-sé-qué, hasta que abriste la puerta y dijiste con tono de desesperación “Sube”. Fue hasta que salimos a la avenida que pregunté. “¿A dónde vamos?”. Sonreíste y tuve miedo. ¿Qué demonios hacía en un coche a toda velocidad con una perfecta extraña? Me interrumpiste preguntando si traía dinero. ¿Dinero? ¿Esto es un asalto, uno de esos secuestros express? Pero qué tonto, lo que uno termina arriesgándose por una mujer bonita. Titubeé y dije que sólo un poco mientras calculaba mis posibilidades de escapar. “¿Cuánto?” empezabas a decir cuando te interrumpí con la voz alterada. “¿Me puedes explicar qué está pasando?” Por primera vez reíste y algo en tu risa me tranquilizó. “No te preocupes, ya casi llegamos” y el tono que usaste me devolvió al estado de nerviosismo anterior.


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