“Entonces aquel ángel de luz empezó a dar signos de agonía. Cada día sus ojos se iluminaban menos, perdían la chispa de antaño. Restos de lo que algún día fueron alas seguían descansando en el suelo. Ceniza cruel que se negaba a esparcirse. Los remanentes de su espalda se mantenían como recordatorio de la poca esperanza que le quedaba.
La gente seguía su camino. Pasaban de largo y no notaban su celeste naturaleza. A nadie le interesaba el frío que se acumulaba en su interior y que le obligaba a pensar que ya había muerto. Que todo estaba perdido. Fue entonces que el cielo lloró pues había perdido un alma valiosa; una de sus favoritas. Lo vi encogerse sobre la acera, mechones de cabello mojado le enmarcaban el rostro. Observé cómo sus labios perdían el color. No pude contener más el llanto y terminé por dejarme caer a su lado. Yo también le amaba.
Siendo éste un ángel y no un hada no importaba que los niños aplaudieran, rieran o aseguraran fervientemente que creían. Nada de eso lo salvaría. Hasta el día de hoy lamento mi ignorancia. No hubo historia alguna que me preparara para esto. En ningún cuento de hadas aprendí a salvar ángeles. Podría matar dragones, acabar con brujas, rescatar princesas y hacer que las sirenas no se conviertan en espuma al amanecer. Pero, no. No puedo salvar ángeles.”
Ayer:
Todavía no logro asimilar haberlo visto de nuevo. No sé cómo no le reconocí antes. Cierto que la piel es diferente, la sonrisa más sincera, pero la mirada es la misma. Sigue mal escondiendo el rostro cuando miente, cuando sabe que lo que declara no es lo que siente. ¿Qué quiere de mí? Soy otra. He dejado la fantasía de lado. Ya no persigo arañas ni preparo pócimas bajo la luna. Sí, todavía conozco las fórmulas básicas. Es verdad que de vez en cuando, al estar nerviosa, las repito en mi mente: cubrir los espejos en los funerales, no hacer tratos con duendes, evitar buscar cosas bajo los puentes y siempre usar plata. Pero ya no soy quien fui. Temo que si entonces no pude hacer nada, menos lo lograré ahora.
No puedo salvar ángeles. ¿Es que no lo entiende? Sólo él puede hacer algo por si mismo. Sé bien que no lo hará. Se quedará de este lado del río, clamando hasta que su voz se apague. Luchará por no luchar. Lo veré consumirse de nuevo y yo, al tiempo, me consumiré en mi impotencia. Lo peor de todo es saber que no sólo no puedo salvar ángeles. Esta vez no quiero intentar. Sólo observo.
Hela ahí, la chispa apagándose está.
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